Como prácticamente acabamos de inaugurar el año escolar, no quería dejar pasar la oportunidad de hablar de algo que me dio qué pensar precisamente a finales del curso pasado, concretamente en la graduación de Grado en Magisterio de una de nuestras hijas, que por cierto, ha acabado con unas calificaciones extraordinarias.
Se habla del Efecto Pigmalión para indicar que aquello que piensa un sujeto sobre otro ejerce influencia sobre el desempeño de ese segundo. Y que este Efecto Pigmalión puede ser negativo cuando se tienen y manifiestan bajas expectativas, pero también puede ser efecto positivo cuando se mira con amor, viendo la verdadera valía del otro y actuando de motor para colaborar a alcanzarla.
Seguro que estáis pensando que vaya madre más caldosa que habla así de su hija, y más pedorra porque os canto los resultados. Tenéis razón. Pero tengo que decir en mi defensa que nunca presumo de las notas de mis hijos, porque aunque es verdad que el tema académico es importante, pienso que es más un medio que un fin, de hecho, en la mayoría de las ocasiones las malas notas son sólo un indicativo de que al crío le pasa algo; y creo que hay cosas más importantes en la vida donde yo prefiero que mis hijos brillen antes que aquí, pero permitidme que siga.
No paré de llorar en toda la ceremonia, que ya os imaginareis, fue larga, además de que no teníamos entradas para todos, y aunque los pequeños podían pasar porque luego nos los sentábamos en brazos, los asientos eran estrechisimos para este cuerpo serrano y acabé con las piernas como botas.
Los graduados estaban todos radiantes, pero la nuestra, más, y sus padres, mucho, muchísimo más, porque nosotros no estábamos viendo sólo a un grupo de jóvenes estupendos a los que se les estaba imponiendo su merecidísima beca, si no que contemplábamos la culminación de un importante etapa en la historia de nuestra niña.
Recordábamos a una perla de 12 años que no crecía bien precisamente porque un Efecto Pigmalión negativo estaba haciendo estragos en ella. Una pésima experiencia con una profesora que profetizó sobre nuestra hija que «nunca llegaría a ser nada en esta vida». Sin embargo ha sido la mejor enseñanza vital que hemos tenido. Sólo Dios sabe lo que ella y nosotros hemos trabajado para poder mostrar al mundo lo que hoy es una auténtica joya. El diamante siempre estuvo ahi. Sólo había que saber mirar, mirar bien, para ayudarle a transformarse en un brillante.
Pero todo es para bien, siempre.
Aprendimos lo importante que es mirar bien, decir bien, de los hijos. (De los alumnos, los amigos de tus hijos, de las ovejitas que se te encomiendan o se te acercan por lo que sea, por cierto, también a tu cónyuge….) y por consiguiente nos empezamos a plantear muy seriamente cómo nos relacionábamos nosotros con nuestros hijos, porque la vida te lleva te lleva y al final vamos consumiendo actividades y el objetivo es intentar llegar a todo, así que acabas por no mirar a los ojos.
Qué decimos, cómo lo decimos y cuándo lo decimos es una cuestión fundamental.
Porque existe una relación directa entre las expectativas que hay sobre una persona y el rendimiento que se obtiene de ella, como educadores no debemos ver sólo lo que tenemos delante, sino que mirando el potencial que tienen los niños,hemos de ayudarles a desarrollarlo, y así poder crecer.
Ser maestro, es enseñar a volar, y a volar alto.
Mirar bien transforma la vida de las personas.
Porque cuando lo esperas todo del otro, te lo da. No hablo de que «querer es poder» ni de que «quien persigue un sueño lo alcanza», que además es mentira, porque oye, yo he soñado muchas veces que era cantante de ópera y claro, con la voz que tengo pues va a ser que no. Esto hace daño a los hijos. Ni me proyecto en mi hijo y el chiquito, que le cuesta un poco, pues no, no va a ser médico. Pero sí puede ser muy bueno en su trabajo. Y a esto le vamos a ayudar, y lo haremos a través de nuestra mirada. Dile cuánto le quieres, y además, díselo muchas veces.
Un fruto de esta pésima experiencia, que tengo que decir no quitaría de la historia de mi hija porque la ha llevado a ser quien es, fue que mi marido y yo tuvimos que formarnos para poder ayudarla con los estudios, a relacionarse, a vestirse no de forma descuidada… a levantar una autoestima que estaba totalmente asolada. Nos pusimos las pilas, y los cambiamos a todos de colegio, a uno que nos pareció iba en consonancia con lo que vivimos en casa.
¿Cómo traduzco yo el Efecto Pigmalión? : en la Pedagogía de la Bendición. Educar en positivo. O sea, a decir bien de los hijos.
Aprendimos que cuando estás en la cola del supermercado no debes decir cosas malas de tus niños, y menos delante de ellos aunque así quedes bien con tu vecina.
Una de las veces que vino la tele a casa a entrevistarnos, me preguntaron delante de uno de nuestros hijos que estaba pasando una época bastante pesadita, que cuál de ellos nos daba más de qué hablar. El hijo en cuestión estaba delante cuando el presentador me hizo esta pregunta, y se puso tenso a la espera de la respuesta en la que seguro aparecía él, que era perfectamente consciente de que nos estaba dando morcilla malagueña a toda la familia, pues me di cuenta de su presencia y le dije al periodista, que todos y ninguno, que a ver si no van a poder ser ellos mismos en su casa y ser queridos como son, Oye, pues a partir de entonces mi relación con este hijo cambió completamente porque se sintió querido y vio que no hablaba mal de él, que podía confiar en su madre.
En una tutoría, esa pobre profesora, insistía en, que mi hija era una mentirosa, que cómo me creía yo todo lo que me decía. Flipó pepinillos cuando le dije que yo confiaba en mis hijos, y que si la niña me decía algo, confiaba en ella. Por eso no tenían necesidad de mentir, porque nosotros confiamos en nuestros hijos.
¿Qué pasa cuando te dicen una trola que además tú sabes que es una trola? Pues que cuando le dices; hijo, yo me fío de ti. Si tú me dices eso, yo me lo creo, porque con lo que yo te quiero y confío en ti….claro, tardan nada en confesar, porque tienen un cargo de conciencia que no veas. Pero esto no se improvisa.
Cuando la pequeña de 5 años te dice que se ha lavado los dientes, yo no le huelo el aliento. Le dices que si ella lo dice, te lo crees, porque con lo que tú la quieres y ella te quiere seguro que no te ha dicho una mentira. En seguida vuelve al baño a lavarse los dientes, porque claro que no se los había lavado.
Como cada hijo es diferente hemos aprendido a no comparar.
Tengo que decir que a mí al principio me desconcertó ver que lo que nos había funcionado con la primera no nos servía con la segunda, y así sucesivamente con todos. Esto es maravilloso porque es verdad que tenemos 11 hijos únicos, y lo digo de verdad. Por eso compararlos tampoco ha servido de nada, y además, les ha hecho daño.
Descubrir las fortalezas y las debilidades de cada uno es una maravilla. Y que ellos también las conozcan, porque aceptar las propias limitaciones, abrazar tu realidad, te hace fuerte. Así es como podremos construir una casa sólida que las tempestades no podrán tirar abajo.
Claro que es fundamental conocerte primero a ti mismo, porque la falta de misericordia con los demás, casi siempre viene dada por una ausencia de conocimiento de nuestra propia debilidad, y de una falta de aceptación de esta realidad pobre absolutamente propia del ser humano. Si tienes en tus manos la debilidad podrás ayudar verdaderamente, es decir, en verdad, y empezarás a construir una casa con unos cimientos que nada podrá destruir.
Y digo todo esto, porque estamos a principio de curso. Tenemos todo un año de trabajo por delante. Un año para valorar el esfuerzo, no sólo el resultado, un año para sacar de ellos lo mejor. Pero esto requiere mucho trabajo por nuestra parte.
Así que, tengo que decir que ¡¡todo está bien!!
Enhorabuena, cielo, vas a ser una gran maestra. ¡Qué suerte los niños que estén bajo tu tutela!
¡Estamos muy orgullosos de ti!
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