A menudo me pregunto si mi hijo es hipocondríaco, porque veo que se observa constantemente, y se preocupa mucho por su salud.

Que si «me he tomado un vaso de agua y me ha dado un calambre en el dedo gordo del pie derecho», que si «me he rascado la cabeza y el codo izquierdo ha empezado a dolerme»…. y así cada día cosas de lo más variopintas.

He de confesar que el momento en el que me quedé sin palabras fue cuando me dijo que «había bebido un poco de agua, se había tirado un zullón, y le había empezado a doler el omóplato derecho».  Vamos, que flipé en colores con lo del zullón. Le dije:»pero cielo, ¿qué es un zullón?, a lo que atónito por mi ignorancia, me explicó «que lo ponía en el libro de biología, que es una ventosidad silenciosa». Fui una campeona y no solté la carcajada.

Como veo que él está preocupado,  me he estado informando sobre la hipocondria para ver la mejor manera de ayudarle.

Lo cierto es que en casa no hay una preocupación excesiva por la salud, de hecho vamos bastante poco al pediatra, y este niño mío no se pone malo con frecuencia. De lo que padece, que es asma, es un auténtico maestro en lo que respecta a ponerse la mascarilla y tomar la medicación diaria, pero nada más.

A parte de lo que recomiendan los expertos que hay que hacer, esta situación me ha permitido descubrir varias cosas:

  1. La primera, es que el sufrimiento no se puede comparar, porque la persona que sufre no controla la cantidad de sufrimiento. O sea, que no puedes juzgar a nadie por sufrir.  ¿Qué más quisiera esa persona que no sufrir por eso? Hay que tener cuidado porque el niño se siente bobo, débil, flojo, por sufrir por una «tontería». He aprendido a no despreciar nada de lo que me dice. Además, puede pasar que en medio de todos esos fantasmas se esconda un dolor real que manifieste la existencia de una enfermedad y no hagamos caso.
  2. Creo que lo interesante no está en desmantelar la hipocondria cosa que habrá que tratar quizá de forma profesional, sino en hacerle ver al niño que no pasa nada porque le duela, es decir, podemos aprovechar esta circunstancia para educar a nuestro hijo en la entereza: Va al cole sí o sí, por ejemplo, o duerme en su cama caiga quien caiga. Es decir, toreamos pero sin caer en las redes.
  3. Escucho con atención lo que me dice. Le «escucho a los ojos». Así, le hago ver que le estoy tomando en serio, pero no dramatizo. Implica dejar a un lado lo que estoy haciendo. Y si en ese momento suena el teléfono, o no lo cojo, o le digo a la persona que llama que ahora no puedo hablar con ella, que la llamo en cuanto pueda.
  4.  De esta manera, cuando yo le digo a mi hijo que no se preocupe, que lo que le pasa es normal, porque cuando bebes agua y te tiras un zullón a veces duele el omóplato porque te pueden dar gases, él sabe que lo que le digo es verdad, que no le digo las cosas para quitármelo de encima. Esto es muy importante, porque cuando llegue la adolescencia, tu canal de comunicación está preparado. Tu hijo sabe que te importa, que le tienes en cuenta, que no le juzgas. Te lo va a poder contar todo porque tú no pones el grito en el cielo por lo que te cuenta.
  5. Tu hijo, se ha sentido querido, y querido como es. No basta con que le quieras, tiene que saberlo, tiene que sentirlo.
  6. Es interesante ver que es una oportunidad también para sus hermanos, para aprender a respetar lo que no entienden. Porque he descubierto que la debilidad no se entiende, no se ama. Amar la propia debilidad, la propia limitación es muy importante para poder mejorar desde la realidad de cada uno. Conocerse a uno mismo es una heroicidad, que te permite además no juzgar a los demás, y entrar en el respeto, y digo respeto y no tolerancia, porque la tolerancia implica un yo te «tolero», un que lo mío es mejor que lo tuyo, pero bueno, te lo consiento. El respeto es tratar de igual a igual. No te miro por encima del hombro.

Enseñar esto a los hijos es fantástico.

7. Como madre me ha ayudado a pararme. ¿Por qué es hipocondríaco? Habrá que mirar más allá.

8. Por otro lado, he de ayudar a mi hijo a levantar la mirada, y sin despreciar lo que a él le pasa, hacerle caer en la cuenta de que hay otros sufrimientos. Si tienes fe, les ayuda ofrecer su sufrimiento a Jesús y rezar por ellos, para aliviar la pena de otras personas, así también ven que pueden ser útiles.

9. Que el niño se sienta abrazado, querido.

«No tienes fiebre, descansa unos minutitos y vete a jugar, ya verás cómo se te pasa pronto; es normal que te duela, es que estás creciendo; si te sigue doliendo dentro de tres días vamos al pediatra, ¿vale?.»

10. A veces, puede pasar que los hipocondríacos somos los padres, y proyectamos nuestra preocupación en nuestro hijo. Esto es importante distinguirlo.

Todo, hasta lo aparentemente malo, tiene su lado bueno. La vida está llena de oportunidades que llegan así, envueltas en papel de periódico.

 

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