Parece que fue ayer cuando volvimos de la playa y los niños empezaron el cole. Sin embargo, aquí estamos,de Fin de Curso, y corriendo en una carrera frenética para los padres si queremos llegar a todo lo que hay que llegar, que es mucho.
Empezamos época de exámenes finales, o sea, una locura. Todo el mundo está histérico. Los horarios son un desbarate, cada uno tiene que comer a una hora distinta y eso sin contar con los que iban pero a partir del mes de junio ya no van al cole por la tarde.
El Fin de curso es una época de especial delicadeza
Donde nosotros los padres tenemos el control, por lo que somos nosotros los que hemos de gestionar los nervios de todos y no perder los estribos, que además, no vale la pena.
En medio de todo esto, encontrar tiempo para hablar con cada hijo, si cuando estamos en época normal es complicado, ahora tenemos que hacer encaje de bolillos. Llevarlos y traerlos en coche incluso cuando no sea estrictamente necesario es una buena oportunidad, además, del coche no se pueden escapar.
Los uniformes los reviso ya, porque así en cuanto sale la oferta de uniformes voy a reponer, que luego no quedan tallas y es un rollo.
Los libros de texto también los encargo enseguida después de revisar los que puedo aprovechar o me han pasado. La verdad es que si no están en muy buen estado se los compro, porque a fin de cuentas los libros son su instrumento de trabajo, y a mí no me gusta trabajar con materiales hechos un asco. Creo que en esto nuestros hijos se han sentido muy queridos.
Yo descubrí un día que no es lo mismo ser sobrio que tacaño. La sobriedad,como nos explicaba muy bien Higinio Marín en uno de los talleres de Fepace, Congreso que se celebró en Valencia hace unos años, implica una libertad sobre los bienes tal, que automáticamente produce generosidad.
El Festival de Fin de curso:
Sinceramente, de pensar, por ejemplo, en el festival de Fin de curso, me pongo a temblar.
He de decir que en el cole de mis niñas nos lo ponen todo muy fácil y gracias a Dios, la Seño, que es mi ídolo, se encarga de comprar los vestidos para que las 32 niñas vayan iguales, y además, procura que nos salga lo más económico posible.
Años atrás, los papis teníamos que ir a una famosa tienda de telas valenciana y comprábamos lo necesario para la confección del disfraz. ¿Qué ocurría entonces? Pues que una servidora, y estoy segura de que no era yo la única, se ponía a llorar cuando veía de qué nos había tocado.
Aunque pensándolo bien el Festival de Navidad era mucho peor. Yo me ponía a rezar desde septiembre para que me tocara uno fácil porque, ¿alguien puede decirme qué hace un lagarto en el Portal de Belén? Es que un año mi hijo tuvo que ir de lagarto y os aseguro que lloré. Ofrecí hasta una recompensa para que alguien me lo cosiera, y ni aún así.
Yo creo que las otras madres pensaron:»que cada palo que aguante su vela».
Así que al año siguiente, desde el principio de curso, estuve machacando a la tutora para que los vistiera de ángeles, que qué cosa más bonita que un ejército de ángelitos. Pues bien, la Seño se tragó el anzuelo, y yo tan contenta porque lo único que tenía que hacer ese año era ir a Picó y comprarle un traje de angelito a mi Jordi, tan rubito él.
Pero claro, la alegría me nubló la vista y no acabé de leer la circular donde nos daban las indicaciones para el festival, así que me dije: «este año mi niño triunfa».Ni corta ni perezosa, me faltó tiempo para comprarle el vestido de ángel. Pero también me dije:»este año no me pasa lo de siempre que no hay forma de distinguir a la criatura entre todos los niños, bueno , menos la navidad del lagarto que por supuesto se distinguía a distancia, sobre todo por la pena que daba el disfraz», asi que se lo compré de color azul. Cuando la profesora vio al niño, casi me come, porque lo que me faltó leer de la famosa circular, era precidamente eso: «Todos los angelitos serán blancos excepto uno que irá de azul y que se le indicará». A mí no me había indicado nadie nada, claro, pero la profe se tomó un Diazepán, y aquí paz y allá gloria; por fin podía saludar al niño adecuado.
Pero volvamos al festival de fin de curso que es lo que nos ocupa. La cuestión es que para los padres (ya digo que con tener solo uno que vestir de lagarto es bastante para morirse), es una prueba de amor verdadero vestirlos a todos y acudir a los festivales de fin de curso de cada uno.
No es ninguna tontería acudir a estas cosas. Yo se lo digo a mi madre, a mis cuñadas (porque no tengo suegra), y todos nuestros hijos mayores se lo apuntan en la agenda, porque es importante para el artista en cuestión.
Os confieso que me encanta ver su cara cuando nos ve a todos ahí, sencillamente porque es importante para ella. Sí, tenemos once, y once únicos. A su padre y a mí nos toca contagiar la alegría, la emoción.
La niña se siente súperquerida y valorada. Sólo tiene 5 años, pero llevan trabajando un montón en el número que van a representar.
Estamos valorando su esfuerzo y por supuesto el de su clase y el de la Seño, que no tiene precio.
La niña es una niña segura, con una autoestima muy alta. No paramos de aplaudir.
Los hermanos aprenden a valorar el trabajo de los demás, y aprenden a querer, porque quererse, es precidamente eso: lo que a ti te importa, a mí me importa, y lo que a to te preocupa , a mí me preocupa.
Asi que este año no pienso perderme el festival de fin de curso. Bueno, ni yo ni todos nosotros.
¡Viva la familia!
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